Vivian Ntih posa seria en todas las fotos, pero es una mujer que tiene muchas ganas de vivir. Habla con voz fuerte y contundente, como hablan las personas que tienen algo que contar. Nació en Nigeria hace 42 años en el seno de una familia acomodada; su padre, banquero, tenía varias propiedades y sus tres hijos habían podido ir a la Universidad, el mismo futuro que tenían pensado para ella. Un día, cuenta, llegó ‘la secta’ -un grupo armado de extorsionadores. «Lo perdimos todo. No podíamos denunciar porque la policía estaba con ellos», explica.

Para mandar dinero a casa, Vivian fue a trabajar al cuidado de las niñas de sus primas. Llegado 1999, deciden irse a vivir a Madrid y que Vivian las acompañe, pero viajando en vuelos diferentes. El trayecto a España de Vivian la obliga a pasar por Marruecos, cruzar la valla de Ceuta y pasar unas semanas en un campamento de refugiados antes de aterrizar en Madrid. «Me habían dejado en manos de un traficante». Cruzar la valla fue una experiencia traumática: «Era de noche, vino un chico a cortarla, luego la policía, sirenas, perros.. y correr, correr todo el rato».

Como en el infierno de Dante, a Vivian en Madrid le esperaba un círculo más. Llegó a la capital, a casa de la familia en la que aún confiaba, con un permiso de trabajo y de residencia. En el piso había chicas jóvenes, lo que le hacía sospechar. «A las dos semanas, me dicen que hay que hablar de mi futuro, me dejan un vestido y una peluca sobre la cama y me señalan la puerta. ‘Sin dinero, no pongas un pie aquí’, me dicen». Le reclamaban casi 40.000 euros de deuda y, si se negaba, recurrían al chantaje emocional: «¿No quieres que tu familia deje de sufrir?¿Ves cuánto ganan las otras chicas?», le reprochaban.

Meses después llegó a Valencia, donde la red tenía varios pisos. Conoció a un hombre que se enamoró de ella y se mostró dispuesto a pagar su deuda si dejaba la calle. «Cuando rompí con esa familia me sentí más libre que nunca», expresa con alivio. Vivian convivió con su pareja seis años y tuvo dos hijas, pero reflexiona: «Él usaba ese favor para pedir cosas con las que yo no podía, como si me hubiera comprado». Y le dejó.

Vivian ha ido encadenando trabajos mal remunerados y haciendo malabares para pagar el alquiler, con la ayuda de asociaciones como Valencia Acoge. Ahora está realizando estudios superiores porque quiere ser trabajadora social y ayudar a víctimas de trata. En los monólogos grabados en el taller de sensibilización con la asociación resume así la prostitución: «sentirse como una mujer basura».

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